jueves, 30 de diciembre de 2010

.-3-. PUESTA A PRUEBA


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PUESTA A PRUEBA


Solo nos conocemos cuando
 conocemos nuestros propios limites.

Paulo Coelho, Once minutos

Cada ser humano tiene, dentro de sí,
algo mucho más importante que él mismo: su Don.

Paulo Coelho, Brida


   Aunque la calefacción estaba encendida al máximo Vesna desde la cama seguía titiritando de frío mientras se comía la sopa que su tía le había traído para cenar.  Catalina la observaba des de la silla del escritorio con una expresión de completa preocupación.
   Al ver la cara de su tía dijo: - no es para tanto, ayer estuve toda la mañana paseando por el bosque.- No estaba siendo sincera, en realidad se había dormido con la ventana abierta y lo mas lejos que llegó fue a la pastelería de los padres de Alex, en la cual, olvidándose de las magdalenas había pasado toda la mañana, charlando con el chico. Era tan…atento. –Vesna suspiró.
   Sonó el timbre de la puerta. Su tía sin decir nada se levantó y se fue a abrirla.
   A su tío lo habían llamado des del ayuntamiento diciéndole que tenía que ir a por unos papeles de propiedades. La visita se había alargado unas horas así que aun no había llegado, y seguramente se iría a cenar con sus amigos de copas.

Vesna oyó un estruendo en el piso de abajo, un grito y madera que se había roto. ¡Su tía! Se sobresaltó y se levantó rápidamente de la cama para ver que ocurría.
   -¿Tía estas bien?- Gritó Vesna mientras se apresuraba en bajar las escaleras.
   No llegó a oír una respuesta ya que la golpearon fuertemente en la espalda, haciendo que perdiese por completo el conocimiento.


   Se levanto en medio del bosque. ¿Cómo había llegado asta allí? Se sentía mareada, tenía mucho frío y un intenso dolor en la espalda la retenía en el suelo impidiéndole moverse.
   El cielo empezó a oscurecerse ya que unas grandes nubes grisáceas ocultaban los pocos rayos de sol que quedaban. ¿Qué hora debía ser? A Vesna le cegaban las lágrimas, estaba asustada, pero sabía que debía estar alerta, para que cuando el peligro se acercase pudiese defenderse de cualquier forma.
   Estaba preocupada por su tía. Quien quisiera que la había secuestrado, ¿le habría hecho  algún daño? Con suerte Andrei abría llamado a la policía y ya estarían en camino para salvarlas, a ambas. Pero ahora estaba sola, llorando, con fiebre y vestida solamente con un pijama. Aquél bosque la aterrorizaba con sus sombras y sus ruidos de hojas en movimiento. Sabía que debía levantarse del suelo y correr hacia donde fuese, correr para que su agresor no pudiese encontrarla.
   Con la ayuda de un árbol se levantó y empezó a andar dando traspiés, pero aceleró el ritmo asta el punto en el que habría jurado estar corriendo con todas sus fuerzas. Y fue entonces cuando vio que una figura oscura corría detrás de ella con una rapidez sobrehumana.
  Podría haber sido alguien que quisiera salvarla, pero Vesna sabía que no era así. Aquella persona había sido quien la había traído asta aquél lugar, posiblemente para matarla.
   Los pies se le estaban congelando, pues sin darse cuenta estaba corriendo por en medio de un lago helado, parecía un mar blanco. Y fue allí, en medio de aquel lago cuando Vesna supo que no podía más, que había llegado el momento de rendirse. Fue aminorando el ritmo de sus pasos, y fallándole la fuerza tropezó y cayó al suelo jadeante y agotada.
   Vio que aquella figura ya estaba delante suyo. Seguía sin saber de quien se trataba; sus ojos cansados y llorosos se iban cerrando.
   -Por favor, no me mates, por favor.- Suplicaba Vesna.
   -No es mi intención matarte esta noche, de momento solo quería ponerte a prueba.- El secuestrador la observó con desprecio.- Dejas mucho que desear.
   -¡Vesna!- Gritó alguien des de la penumbra del bosque.
El ser en oír aquella voz echó a correr. No es que no pudiese combatirse contra aquel humano que venía, pero aquella noche no debía mostrarse al mundo.
   Y allí estaba Alex. Como si fuese un sueño, cogiéndola en brazos mientras susurraba su nombre, pero ella ya no podía seguir consciente. Así que terminó de cerrar sus ojos por completo, confiando en que ya estaba a salvo.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

.-2-. CHISPAS



.-2-.

CHISPAS


Los sueños son las ilustraciones del libro
 que tu alma está escribiendo sobre ti.

Marsha Norman


   Seguía corriendo descalza por encima de aquel mar de color blanco. Era precioso, estaba atradeciendo, pero Vesna solo pensaba en huir, llegar lo mas lejos posible, esconderse. Tropezó con algo, una rama quizás, la que hizo que se cayese al suelo. Tenía los labios morados, temblaba, y entre llantos pedía piedad.
   Todo empezó a nublarse, Vesna seguía temblando, miraba delante suyo con pánico. Todo se oscureció asta quedar una imagen completamente negra.
   Lo siguiente que ocurrió fue relajante, bonito. Estaba estirada en un banco de madera, en un patio lleno de abetos nevados. Algunos rayos de sol le llegaban al rostro. Oyó que una voz la llamaba, le atraía como ninguna otra voz había hecho antes.
    Después de soñar en otras cosas, al despertarse ya se había olvidado por completo de aquellos sueños tan intrigantes. Miró por la ventana, bostezó para despejarse, estaba todo helado, todos los charcos de agua congelados. Se puso una bata por encima de su pijama y bajo las escaleras en dirección a la cocina sin hacer ruido par no despertar a sus tíos, aunque ya eran las nueve y media de la mañana.
   Empezó a abrir y cerrar cajones, remover los armarios, buscar en la despensa, pero ni rastro de aquellas magdalenas de limón tan ricas, una de las pocas razones por las que le gustaba ir a Brasov. Eran unas magdalenas con ralladuras de limón en el interior. Las vendían en una pequeña pastelería al lado del ayuntamiento. La pastelería pertenecía a una familia que siempre habían sido muy amables con Vesna, ya sea porque era una clienta habitual todos los inviernos o por cualquier otro motivo, quizás por el encanto natural de la muchacha.
   Vesna obstinada en encontrar una cajita de magdalenas se había olvidado por completo del descanso de sus tíos, así que sin darse cuenta, al darse la vuelta, ellos ya estaban allí, sentados en la mesa, con una sonrisa pícara.
   -Suponemos que todo este alboroto es debido a que nos estás preparando el desayuno.-Dijo tía Catalina entre risitas.
   -Venga cariño, no seas mala con Vesna-dijo Andrei- ¿no ves que no encuentra las magdalenas?- observó con cierta satisfacción por haberlo deducido. 
Vesna hizo una cara de burla pero sin mala intención. Le gustaba ver a sus tíos contentos como dos niños.
   -Me visto en tres minutos y ahora mismo voy a comprarlas.- Dijo Vesna.
   -Gracias tesoro. –respondieron ambos tíos como si llevasen ensayando en un coro durante semanas.
   En cuanto Vesna se puso unos vaqueros oscuros, un jersey, las botas y aquel abrigo negro que tanto le gustaba, bajó las escaleras mientras refunfuñaba “yo no aguanto mucho tiempo aquí sin mis magdalenas”.

Las calles no estaban muy llenas de coches, la mayoría de ellos eran de los vecinos del pueblo, pocos eran turistas. Las tiendas estaban todas abiertas, asta el fontanero, que siempre se dormía. Pero cuando Vesna llegó a la pastelería vio que en la puerta aun había puesto el cartelito de cerrado. Se acercó para ver mas de cerca, apoyó su frente contra el frío cristal, las sillas estaban encima de las mesas. Siguió cotilleando a través del vidrio. Este último año habían cambiado el color de las paredes y habían hecho alguna que otra reforma.
   Una mano se posó sobre Vesna. De repente, en tan solo un segundo notó como si un montón de chispas estallaran en su hombro. No fue una sensación desagradable, pero fue tan…raro, que Vesna dio un giro tan brusco que con el hielo del suelo resbaló asta caerse.
  -¡Cómo puedo ser tan torpe!- Gritó Vesna.
  -¿Siempre te dices lo mismo?-dijo la persona que le había tocado el hombro- esta vez a sido mi culpa. Lo siento.
Vesna cogió la mano que el chico le ofrecía para levantarse.
   -Siento haberte espantado ayer por la noche, ¿eras tu, verdad?
Vesna se lo quedó mirando pensativa. Tenía una piel muy suave, mas blanca que el resto de la gente en Rumania. Sus ojos eran azules, ninguna novedad, ya que tenía un bonito cabello castaño, efecto perla.
   -¿Eras tu?- Insistió.
   -Eh…Sí, sí. Perdona, pensaba que podrías haber sido un ladrón o algo por el estilo. Por cierto me llamo…
   -Vesna Antonova.- canturreó sonriendo. – Yo soy Alexander Sarbu. Alex. Nos conocimos hace nueve años, me parece.
  Vesna se quedó estupefacta. Ella apenas se acordaba de él, en cambio el se sabía su nombre y también se acordaba de cuando se conocieron.
   -No te acuerdas de mi, ¿verdad?
   -No. Lo siento, es que tengo muy mala memoria.
   -Tranquila. Soy el hijo de los dueños de la pastelería. Pero no te acordarás de mi porque no acostumbro a pasar los inviernos en Brasov.
   -¿Y este invierno?- Preguntó Vesna con curiosidad.
   -Este invierno es distinto.- Y le dedico una sonrisa a Vesna mientras sacaba de un bolsillo las llaves para abrir la tienda.
Una vez dentro Alex le preguntó desde detrás del mostrador.
   -¿Qué te pongo?
   -Una caja de magdalenas de limón, por favor.
   -Alex, ¿tu también has notado esas chispas cuando me has tocado?- preguntó Vesna con cierta vergüenza aun pensando en lo ocurrido hacia unos minutos.
   Alex permaneció callado rebuscando en la caja registradora para devolver el cambio a la chica.
   -¿Alex? - Volvió a preguntar Vesna.
   -Debió ser por el frío.- Concluyó el.
Esta vez el chico sonaba con una voz distante, pensativo, asta parecía que sintiese cierta vergüenza.


   Vesna se asomó por la ventana mientras observaba como el viento movía las hojas de los árboles. Esa noche parecía que el frío se había ido, como si el invierno hubiese querido descansar durante un día, para que no hiciese frío, para que no hubiese miedo. Aquel tiempo expresaba con exactitud como se sentía por dentro. No sabía por que, pero hoy había sido un día perfecto.
   Vesna se acordó de su madre, y de el último día en que la vio. Sonrió. Sonrió porque todos los recuerdos que le quedaban de ella eran bonitos y felices.
   Cogió aire profundamente, cerró los ojos, y por unos momentos se permitió el placer de escuchar el silencio de la noche, mientras las estrellas des del cielo, des del oscuro cielo velaban por ella, como habían echo cada noche desde que nació.


.-1-. Regreso a Brasov


.-1-.

Regreso a Brasov


Ah si pudiera elegir mi paisaje elegiría, robaría esta calle,
esta calle recién atardecida en la que encarnizadamente revivo
 y de la que sé con estricta nostalgia el número y el nombre de sus setenta árboles.

Mario Benedetti, Elegir mi paisaje


(Actualidad)
   Miró el cielo a través de la ventanilla del coche, como de costumbre estaba nublado, anunciando un día de nieve. No entendía porque sus tíos la obligaban a pasar todos lo inviernos en aquel pueblo perdido entre las montañas de Rumania, conocida como la vieja Transilvania.
  Por culpa de la nieve ya acumulada desde Septiembre, se habían visto obligados a parar para poner las cadenas en las ruedas del coche. Vesna adoraba aquel paisaje, pero odiaba el echo que tuviese que ir allí obligada y sin ninguna razón consistente. Tía Catalina decía que era porque les gustaba ir de excursión por el bosque, o porque es bueno respirar aire fresco, decía Tío Andrei. Pero ninguna de esas razones le  parecía suficiente motivo a Vesna.
   Puestas las cadenas al coche siguieron por la carretera en dirección a Brasov.

   Cuando llegaron la gente ya se iba a sus casas, ya que en una hora el sol ya acabaría de ocultarse entre las montañas nevadas. Había sido un viaje largo y Vesna sentía todo su cuerpo dolorido por los diversos baches que habían encontrado por el viejo camino.
En cuanto aparcaron el coche, entraron dentro de la casa que sus tíos compraron cuando ella cumplió seis años. Era un casa con la fachada de piedra, y en el interior todo estaba recubierto de madera.  Era una casa de dos pisos con un desván. En la planta baja había una pequeña cocina, el gran comedor con su chimenea, un sofá, un sillón y una mesa en el centro de la sala. De las paredes colgaban cuadros que tía Catalina  había dibujado en sus viajes por America, y en las estanterías habían los libros que tío Andrei utilizaba en la época que ejerció como profesor. Tío Andrei daba clases a Vesna cada día desde que ella tenía memoria, pero aun así el ya no enseñaba en una escuela desde hacía mucho tiempo.
En el segundo piso había un baño, la habitación de sus tíos, un despacho -mas bien utilizado como trastero- y la habitación de Vesna. Era una habitación amplia.  La cama ocupaba la esquina que daba a una gran ventana. Las sabanas tenían un bonito estampado de flores azules y grisáceas con pequeñas estrellas doradas.  En cuanto Vesna vio la cama deseó irse a dormir sin ni siquiera cenar, pero se moría de hambre. En el centro de la habitación, una alfombra blanca de terciopelo, y al otro lado un escritorio lleno de bocetos que Vesna había dibujado el invierno pasado. Dejó la maleta en el suelo, y se acercó al escritorio. Pasó suavemente los dedos por encima de aquellas hojas. Había dibujada una mujer, era delgada, el pelo rizado y castaño le iba por debajo de los hombros. Se parecía mucho a Vesna, salvo por los ojos azules, Vesna los tenía de color miel y por la cabellera, la de Vesna era completamente pelirroja. Recogió los dibujos y los guardó dentro de una carpeta marrón.

Después de haber cenado salió a buscar el IPod que se había dejado en el coche. Se puso las botas y un jersey rojo de lana. El coche no estaba muy lejos, solo a dos calles más arriba. Entre las nubes se veía un poco la Luna y algunas estrellas. Casi no soplaba el viento, y no hacía demasiado frío.
Llegó donde estaba aparcado el coche cuando se dio cuenta de que no había pedido las llaves a su tío.
   -¡No puede ser! ¿Cómo puedo ser tan torpe?- Exclamó sin percatarse de que no estaba sola en aquella calle.
   -¿Necesitas ayuda?- Preguntó aquella persona que a Vesna, por la voz áspera y la silueta cuadrada, le pareció un chico no mucho más mayor que ella.
A Vesna le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, y lo que en ése instante le pareció más sensato fue correr hacia su casa, sin mirar atrás, sin comprobar si aquel gamberro, atracador o borracho la estaba siguiendo.
Llegó a casa agitada, nerviosa y con miedo. Dio las buenas noches a sus tíos y rápidamente se fue a dormir. Pensó en si ese pueblo era un lugar seguro para ella. Sentía algo extraño en su interior, como si hubiese algo allí fuera esperándola.
Mañana será un nuevo día, mañana será un nuevo día- se repetía para si misma – mañana será un nuevo día…
Sus parpados fueron cerrándose a medida que su mente se calmaba y daba paso al mundo de los sueños.

La última Dama (prólogo).


Prólogo

BRASOV, MARZO DE 1996


   -Si tu propósito es destruirme, mátame ya, y asegúrate de no dejar rastro detrás de ti, ni una minúscula prueba de que has sido tu, el asesino de la última dama.-vaciló un instante y continuó- No opondré resistencia, no luchare para sobrevivir, pues sé que es imposible salir con vida si ya has sentenciado mi muerte.- Dijo ella.

   Y la última dama dejó caerse en el sillón de terciopelo rojo que tantos días de invierno había pasado allí sentada. Aquel ser pálido y malvado pareció sentir una pizca de compasión por la Dama, o eso es lo que sintió cuando el vampiro la miró y susurró en su mente “será rápido, no sufrirás”.
Ella cerró los ojos, no sin antes dejar caer una lágrima. El ser se abalanzó suavemente hacia ella, puso una mano sujetándole el cuello y le clavó los colmillos en aquella piel tan suave y pura, para dejar que la sangre de la mujer empezara a formar parte de su cuerpo.

   Sintió culpabilidad, era normal, matar nunca había sido fácil, pero aquella vez era distinto, acababa de matar a la ultima Dama.

Nadie en todo el pueblo de Brasov era consciente de lo que estaba ocurriendo en lo alto de la montaña, en la mansión de los Antonova, una familia de gran prestigio que pasaba todos los inviernos allí. A pesar de ello, todos los habitantes notaban algo distinto en el aire, hacia mucho mas frío de lo normal, el viento soplaba como si estuviese gritando, todos se sentían en peligro, como si en aquellos últimos días de invierno estuviera apunto de cambiar la historia de Brasov para siempre.

   A pesar de aquella tragedia existía una pequeña esperanza, que con el tiempo llegaría a crecer.